Temor


Tememos a lo que no vemos

<<¿Jason? mis gritos se volatilizaban en la quietud de la noche. La tenue luz del candil disipaba la fría niebla que campaba por el cementerio. Quedaba poco aceite. Jamás sabré por qué acepté esa apuesta.
La noche de Halloween se presentaba tan tranquila como todas, una noche donde los trucos superasen a los tratos y pudieras dormir en la cama con tu empacho de caramelos y chocolatinas

Un lobo aulló. Tenía en mí la viva antítesis de la sensación cálida del hogar. Mis inertes amigos aprisionados parecían hacer el cementerio más aterrador. El enorme caserón se alzaba a mi espalda.

Quizá si aquella situación se hubiera dado en otro momento... El miedo es nuestro recoveco de niños en el corazón.

Me empezó a temblar la voz. Mis gritos se ahogaban. Lo asumí, estaba solo.
La llama del candil vaciló. Me entró en pánico y miré su fulgor. La sombra se proyectaba sobre el suelo de terracota, lleno de surcos y desgarrones, como si estuviera de pie sobre una sepultura hace poco removida. Tragué saliva.

Pronto la tierra comenzó a oscurecerse por las lágrimas que caían desde mis ojos. Me tiré al suelo, acurrucado, porque el frío me calaba los huesos.
Apoyé la cara contra la tierra. Algo brillaba en el suelo y lo alumbré con el candil. Parecía una moneda de plata. Acerqué mi mano lentamente... ya casi tocaba su superficie. De pronto una garra surgió de la tierra. Retrocedí y caí de espaldas. Aquella garra, medio podrida, ascendía del subsuelo buscando algo a lo que aferrarse para escapar de su prisión de ultratumba. Yo solo me quedé petrificado, inmóvil ante aquel macabro espectáculo. En un último gesto de cordura, agarré el candil con una mano y eché a correr. Avancé por el sendero de grava, salté la valla de madera y cerré la puerta tras de mí.

Me apoyé contra la puerta. El corazón parecía retumbarme en la cabeza. respiré profundamente para intentar tranquilizarme. No tenía ni la menor idea de qué podía haber sido eso. Estaba aterrorizado pero no sabía a ciencia cierta si el miedo podía causar alucinaciones.

No fue hasta que me calmé cuando abrí los ojos y me percaté de lo que había hecho. Estaba dentro del caserón abandonado. Levanté el candil a la altura de mi cabeza. El sonido metálico del propio candil por mi mano temblorosa y el chisporroteo del fuego cortaban el sepulcral silencio.
Las llamas cubrían con su brillo parte de la estancia pero la mayor parte estaba sumida en tinieblas.

Rehusaba de andar. El umbral de la puerta se representaba como mi isla de luz en la oscuridad. Es curioso como tenemos mas miedo a lo que no podemos ver.

Un chirrido se escuchó en el piso de arriba. Volví a asustarme. No podía quedarme allí quieto. Mire instintivamente a la puerta. No podía salir, aquella mano...
Volvió a escucharse el estridente ruido. Había una puerta a la derecha. Lo que quería era alejarme de las escaleras que daban al piso superior.
La puerta estaba entreabierta. La empujé lentamente para impedir que chirriara y ,antes de entrar, iluminé la sala. Solo había un puñado de sábanas blancas cubriendo muebles. Nada más que una alacena permanecía descubierta. Aquella escena parecía sacada de los mismos libros de terror a los que me había aficionado poco antes.

Me quedé paralizado hasta que el sonido de los peldaños de la escalera al crujir me devolvieron el sentido. Me entró pánico. Miré a todos lados hasta detenerme en la alacena. Corrí hacia ella como mi última oportunidad de sobrevivir a lo que fuese que estaba descendiendo por la escalera.
Abrí el armario de la alacena y me metí dentro. Cerré la puerta de golpe mientras los pasos seguían bajando por la escalera como un siniestro metrónomo. Llegaría a mi habitación en pocos instantes. Miré al candil aún encendido. La luz podría escapar por las rendijas y descubrirme. Debía apagarlo aunque aquello supondría tener que seguir a tientas por el caserón. El sonido se hacía más y más fuerte. Sin pensarlo, soplé la llama y me quedé sumido es la más profunda soledad.

Silencio. Los sonidos pararon. Cuando pensé que quizá me los habría imaginado volvieron a escucharse. Cada vez más cerca, cada vez más cerca. Los latidos de mi corazón parecían acompasarse con las pisadas creando un macabro réquiem.
Entreví una luz. Había entrado... Aquel ser retomó el paso y se dirigió hacia la alacena donde dejó su candil. Podía sentirlo, estaba ahí, delante de mí, a una fina puerta de vieja madera de distancia.
No lo aguantaba. Se me estaba empezando a acelerar el pulso demasiado. Apoyé la mano contra la puerta y abrí una pequeña rendija.

Había un par de sucias botas delante . Sea lo que fuese estaba ahí, inmóvil. Sentía el impulso de salir, de aceptar mi final y acabar con todo de una vez, pero la figura volvió a coger su candil. Se iba a marchar.
Sus botas girarón sobre sí mismas y empezaron a caminar a paso lento. Por mi rendija cada vez veía más. Veía la parte trasera de las botas, después el final de una bata desabrochada, las piernas, la espalda... pero ninguna cabeza sobresalía por la bata. Solté un grito ahogado y rápidamente me tapé la boca. La figura se giró. Ahora lo veía bien; unas botas y una bata suspendidas en el aire me miraban con la mirada invisible de un ser que no existia. No había cuerpo, no había nada.. Grité, grité con todas mis fuerzas. El espectro soltó una risotada como alimentándose de mi miedo y de pronto la ropa cayó al suelo, agrupándose en un montón de tela inerte.

Me apoyé contra el fondo de la alacena intentando escapar. La ropa de repente explotó y todas las velas de la habitación se encendieron. Salí de la alacena corriendo, pronto vendrían a por mí. Las sábanas de los muebles habían desaparecido dejando ver distintas máquinas de tortura. Escapé de allí y volví a la habitación principal. No sabía adonde iba, solo quería huir. Miré a la puerta, ya no estaba. Me habían encerrado. Corrí a otra puerta que había cerca. Cerrada. Tiré del pomo con todas mis fuerzas y este emitió rudos lamentos metálicos. Estaba desprotegido. Tenía que salir de allí.

Algo en mi reaccionó y me detuve. Un escalofrío eléctrico me recorrió el cuerpo y el tiempo se detuvo. Giré la cabeza lentamente, había sentido algo. Allí estaba, la visión mas violenta que había visto jamás. Era una niña de pelo negro con un camisón blanco. Miraba al suelo. Observé horrorizado como estaba levitando. Poco a poco levantó la cabeza y pude ver su rostro sin ojos, sonriéndome. Grité de desesperación y tiré del pomo con todas mis fuerzas hasta quedarme con él en la mano. La niña no se detenía y avanzaba flotando hacia mí. Presa del pánico, empecé a cargar contra la puerta. Un golpe, dos... la niña ya alzaba una mano para agarrarme, tres cuatro... La puerta cedió y caí dentro de la nueva habitación.
Me quedé de rodillas, jadeando y oí como la puerta se cerraba sola a mi espalda. No me giré. Mi corazón y mi cerebro no aguantarían mucho más. Me levanté con todo el cuerpo entumecido para ver donde estaba. Solo había espejos. Paredes, suelo y techo cubiertas de láminas de cristal donde me reflejaba. Mi cuerpo avanzó solo y se colocó en el centro de la sala. Miraba al frente. Ya no sentía miedo, ya no estaba asustado. Parecía solo esperar el funesto final.

Algo más aparecía ahora en los espejos. Me veía a mí mismo y detrás una pared. Una copia de mi cuerpo estaba clavada en ella con un clavo que me atravesaba la cabeza. Tenía el gesto desencajado y la mirada perdida. De pronto todas las facciones de mi falso cuerpo cambiaron y ahora me miraban. Aquella no era mi cara... era una cara diabólica, consumida por algún tipo de mal que hacía que se me estremeciera el alma. Tenía los ojos como platos y se acercaba a mí con la boca abierta. Lo estaba viendo todo a través del espejo. Yo estaba quieto, inmóvil, mientras aquel demonio alargaba sus garras para alcanzarme.
"Todo es tu culpa" "Todo es tu culpa"

Noté una mano en el hombro y me giré para ver la cara de miedo de Jason.
<<Todo es tu culpa>> le espeté.
Me lancé hacia él pero la cadena me lo impedía. El médico se llevó a Jason fuera, que me miraba aterrado sin poder reaccionar.. Yo intentaba saltarle al cuello, pero la camisa de fuerza era demasiado para mí. La verja metálica se cerró y yo me calmé. Me fijé en las blancas paredes acolchadas de mi cuarto y como, a trazos desiguales, había escrito "Todo es tu culpa" de muchas formas diferentes. Han pasado veinte años desde que entré en el caserón. Nunca he sabido que ocurrió aquella noche.